El mal de altura

¿Qué es el mal de altura?

El mal de altura (también conocido como el mal de montaña agudo) es el nombre dado a las reacciones fisiológicas del cuerpo humano (respuesta), que se producen como consecuencia de la exposición a la baja presión de oxígeno que existe a gran altitud.

Foto: Iván Vallejo, Nanga Parbat

A medida que ascendemos, se produce una disminución progresiva de la presión atmosférica y también de la presión parcial de oxígeno en el aire que inspiramos.

La disminución brusca de oxígeno produce importantes alteraciones que, de mantenerse durante un tiempo excesivo, pueden llevar incluso a la muerte.

Por este motivo, los montañistas, durante el ascenso a las cumbres, deben someterse a un periodo de aclimatación con el fin de que su organismo se vaya adaptando a estas bajas presiones de oxígeno.

¿Dónde se produce el mal de altura?

Los primeros síntomas del mal de montaña pueden empezar a sentirse a partir de los 2.500-3.000 metros por encima del nivel del mar. Muchas estaciones de esquí se encuentran a estas alturas. En personas sensibles, pueden aparecer incluso a menores alturas. A partir de los 5.000 metros, ya no hay ninguna vivienda habitada permanentemente por el hombre, ya que acabaría por morir debido a los problemas que se presentan a estas alturas. Por tanto, el riesgo de padecer mal de altura en áreas como las montañas de Nepal y los Andes, donde las regiones turísticas pueden estar a una altura entre los 3.000 y 4.000 metros, es completamente real.

Cada año se producen al menos siete muertes relacionadas con la altitud entre los 50.000 viajeros que van a Nepal. El índice de mortalidad es aproximadamente de un 4% para ascensos a picos con alturas superiores a los 7.000 metros.

 

Factores favorecedores

La incidencia del mal de altura varía mucho de un individuo a otro. Hay personas que soportan mejor que otras las ascensiones rápidas. Otros factores que influyen son la velocidad de ascenso (cuanto más rápida, mayores son las probabilidades de aparición), la duración de la estancia a una altura determinada, el ejercicio continuado a gran altura y la edad (los más jóvenes y los ancianos presentan mayor predisposición). El mal de altura no depende de la forma física de la persona y puede afectar incluso a los atletas más experimentados.

 

Aclimatación:

Foto: Iván Vallejo, Nanga Parba

Al disminuir la presión de oxígeno en el aire inspirado y, por tanto, en la sangre, el organismo pone en marcha una serie de mecanismos destinados a aportar una mayor cantidad de oxígeno a las células.


Aumentan la respiración y el pulso, así como la eficacia de bombeo del corazón y el número de glóbulos rojos (las células de la sangre responsables de la capacidad transportadora de oxígeno).


Sin embargo, la reducción de oxígeno tiene una serie de consecuencias no deseadas: aumento de presión en la circulación pulmonar (hipertensión pulmonar), cambios de los valores del pH sanguíneo (acidez), alteraciones del equilibrio entre líquidos/electrolitos (sal), así como paso de sangre o líquido a tejidos colindantes (extravasación de líquido o edema).

El mal de altura se produce al ascender rápidamente de una altura determinada a otra mayor, y permanecer a esa altura sin una aclimatación previa adecuada.

 

¿Cómo se puede evitar el mal de altura?

• Haciendo un ascenso gradual. Lo primero y más importante es subir relativamente despacio, realizando periodos adecuados de aclimatación de 2 a 3 días a una altura determinada (empezando desde los 2.000 m) antes de pasar la noche a una altura mayor. Es decir, escalar durante el día, durmiendo dos noches consecutivas en el campamento inferior. Son aconsejables los siguientes ritmos de ascenso: hasta los 5.000 metros ascender un promedio de 340- 400 metros como máximo, a partir de los 5.000 m y hasta los 6.000 m, ascender 250 metros por día; y por encima de los 6.000 m, ascender un máximo de 150-200 m por día.

Foto: Iván Vallejo, Nanga Parbat

• En caso de aparecer problemas, es fundamental descender a una cota inferior a la que estaba aclimatado y descansar durante 24 ó 48 horas antes de reanudar el ascenso. Si los síntomas son graves, iniciar el descenso inmediatamente, siempre acompañado.

• Beber mucho líquido (al menos 3 ó 4 litros diarios).

• Evitar beber alcohol.

• Dieta hiperglucídica: rica en azúcares y féculas sobre todo.

• Evitar quedarse frío.

• El mal de altura se puede evitar, hasta cierto punto, con una medicina llamada Acetazolamida, a dosis de 250 mg/12 horas o 500 mg, en dosis única nocturna. Algunos expertos sugieren que para conocer los posibles efectos secundarios del medicamento es mejor darle 2 días de prueba antes del viaje. Los posibles efectos secundarios incluyen náuseas, alteración del gusto, hormigueo en manos y pies, orina frecuente y abundante, alteraciones visuales y sarpullido en la piel. Tomar este medicamento no significa que se pueda ignorar el consejo de subir despacio.

 

Señales de peligro para el mal de altura

Las señales de peligro se desarrollan generalmente en las primeras 36 horas. Afectan a más del 50% de los viajeros por encima de los 3.500 metros y casi al 100% de las personas que suben rápidamente a 5.000 metros sin aclimatarse.

• Un dolor de cabeza leve que desaparece con analgésicos (paracetamol, aspirina, etc.)
• Náuseas y malestar general
• Ligeros mareos
• Dificultades para dormir

Si aparecen estos síntomas a alturas por debajo de los 3.000 metros se debería parar y descansar un par de días antes de continuar subiendo. A alturas de 3.500 metros, se debe intentar bajar de 300 a 500 metros, y quedarse allí durante 2 días antes de otros ascensos permanentes.

Síntomas graves del mal de altura:

• Un dolor de cabeza intenso y grave, que no desaparece con analgésicos corrientes; vómitos.
• Náuseas marcadas
• Mareos, descoordinación, alteraciones visuales
• Presión en el pecho, respiración y pulso rápido, sensación de dificultad respiratoria
• Hinchazón o edema, generalmente alrededor de los ojos y, en algunos casos, en tobillos y manos
• Disminución de la cantidad de orina
• Confusión, desorientación
• Cambios psicológicos (indiferencia, pérdida del sentido del peligro, etc.)
• Convulsiones.

Cuando se presenten estos síntomas se debe buscar ayuda médica de inmediato e iniciar rápidamente el descenso a la menor altura posible.

 

Formas graves del mal de altura

Existen dos formas graves del mal de altura. Pueden ir precedidas de síntomas leves (dolor de cabeza, insomnio, falta de apetito, aturdimiento leve) o bien aparecer bruscamente en un alpinista previamente sano, a causa de un ascenso de gran desnivel o realizado con gran rapidez. Las dos tienen un alto índice de mortalidad y pueden ocurrir cuando ya ha pasado un día o un día y medio, a demasiada altura (normalmente, por encima de 3.500 metros). Son los siguientes:

• HAPE - Edema pulmonar de gran altura (líquido en los pulmones).
• HACE - Edema cerebral de gran altura (líquido en el cerebro).

Edema pulmonar de gran altura (HAPE):
Los síntomas de HAPE son graves, e incluyen dificultad respiratoria importante, tos seca, expectoración sanguinolenta, presión o dolor en el pecho, palpitaciones y fatiga. Se puede oír un ruido de burbujeo durante la respiración (edema pulmonar). Los labios, bordes externos de las orejas y uñas pueden parecer azuladas (cianóticas), debido a la falta de oxígeno.

Edema cerebral de gran altura (HACE):
Es la forma de presentación más grave y rápida del mal de altura. Los síntomas de HACE son fundamentalmente: náuseas, vómitos, dolores de cabeza, alteraciones visuales, irritabilidad, descoordinación, distracción, confusión, posible pérdida de conciencia, convulsiones e incluso coma.

 

Tratamiento

Si los síntomas son leves, el reposo sobre el mismo terreno durante 24 - 48 horas, junto con una buena hidratación y con una dieta hiperglucídica, suelen ser suficientes. Debe prohibirse el ascenso a personas que padecen síntomas de mal de altura -aunque sean leves- ya que pueden evolucionar hacia formas más graves.

Si los síntomas son más graves o empeoran, debe iniciarse inmediatamente el descenso del afectado a la menor altura posible, y siempre acompañado. A veces, un descenso de 400 metros suele ser suficiente para notar una mejoría.

Otra medida es administrar oxígeno a través de mascarilla, una cantidad de 3 a 5 litros por minuto a una concentración no inferior al 40%. Para el tratamiento del dolor de cabeza se pueden usar analgésicos menores (paracetamol, aspirina, etc.) En cuanto al insomnio de altura, sobre todo si es provocado por pausas periódicas de la respiración, debe tratarse con acetazolamida, pero nunca con fármacos hipnóticos o sedantes como los que se usan para dormir, ya que pueden empeorar aún más la respiración.

Si hay un médico disponible, podrá administrar los medicamentos que crea necesarios. La medicación no sustituye al descenso.

 

¿Quién no se debe exponer nunca a gran altura?


• Las personas con enfermedades cardiacas/pulmonares crónicas (Ej.: angina de pecho, bronquitis crónica, enfisema, y algunas personas con asma grave).

• Las personas con anemia, incluida la anemia drepanocítica (bajo contenido de hemoglobina en sangre).

• Las personas con trastornos de coagulación sanguínea sin tratamiento y con un historial de trombosis (coágulos).

• Las personas que han tenido HAPE o HACE con anterioridad.


¿Quién debe tener cuidado a grandes alturas?

• Las personas con enfermedades cardiacas/pulmonares tratadas con éxito.
• Mujeres embarazadas
• Niños
• Personas con presión sanguínea elevada
• Personas con tendencia a la apnea durante el sueño.
• Personas que han tenido HAPE o HACE con anterioridad.

Otros problemas que se deben considerar en la alta montaña son las quemaduras solares, ceguera pasajera causada por la nieve (oftalmía) o el frío y la congelación.

 

 

Fuente: Dr. Charlie Easmon, especialista en Medicina del Viajero

 

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