De Oaxaca a Mazunte en bici

Por Margarita Cardoso
Nutrióloga Clínica

Oaxaca es uno de los estados más ricos de México, y eso es decir mucho cuando se habla del inmenso territorio cuna de la cultura mixteca, lugar de origen del maíz. Oaxaca es una ebullición de cultura, el estado con mayor diversidad étnica y lingüística de la república; su viva herencia prehispánica sumada a su exuberancia y diversidad natural ofrecen las herramientas para presentar sobre la mesa lo mejor de cocina prehispánica norteamericana, y claro está, un pedazo del mundo que no sería lo que es sin quienes la habitan, gente que proviene de la tierra y está hecha de maíz.
 
 
Una región de contrastes paisajísticos que comparten un fondo de misticismo “donjuanesco”, playas, selva, sierras y desiertos, ese fue nuestro destino, y lo atravesamos en dos ruedas.

Cuando nos poníamos el mapa del estado en frente, apuntábamos con emoción hacia todas las direcciones, pero finalmente nos decidimos por una ruta que cierre con un chapuzón. De Oaxaca De Juárez, capital estatal, hasta las bravas olas de Mazunte, pedaleamos desde la región de los valles centrales, a través de la sierra sur apuntando hacia la costa pacífica.

Otra de las razones por la que lo elegimos Oaxaca fue su tranquilidad, lamentablemente el estado de narco-gobierno en el país, hace que el tema seguridad sea una variable determinante para planear un viaje. Las sierras oaxaqueñas resultan remotas incluso para la violencia ya tristemente normalizada en el país, son pocas de las regiones en México en donde en medio del campo se está más seguro que en la ciudad, pero Oaxaca es una de las pocas excepciones, así que durante todo el viaje pudimos gozar de esa rica libertad de saber que nuestra jornada de pedaleo podía terminar en donde nos agarre la noche o   el cansancio, pues casi cualquier punto rural era “acampable” y en los pueblos siempre fuimos acogidos con mucho cariño.

El resumen de la ruta en pocas palabras: cuestas de inicio a fin, con un día de descenso épico que puede explicar porque la constante fueron las cuestas si se va de la sierra hacia la costa. Sol, eterno sol, temperaturas de hasta 40 grados centígrados, que convertían al más mínimo árbol en la sombra salva vidas,  desierto, montañas azules cubiertas por niebla, exuberancia de ceja de montaña y playa brava.

La aventura inició en la puerta de nuestra casa en CDMX, de donde salimos pedaleando rumbo a la Central Camionera para tomar nuestro transporte terrestre que nos llevaría a nuestro punto inicial del trayecto: La Ciudad de Oaxaca de Juárez capital del estado, donde después de abastecernos con las golosinas del mercado central y con un buen chocolate caliente dentro emprendimos nuestro primer día de pedaleada.

Día 1 Oaxaca de Juárez-Roaguia:

Salir de la ciudad fue lo menos recomendado del viaje, una larga pedaleada en asfalto, nuestro objetivo: Roaguia donde se encuentra el punto turístico de Hierve el agua. En nuestra primera parada del viaje para “cargar gasolina” (primera de muchas tlayudas, platillo tradicional local) nos comentaron de un desvío que nos sacaría pronto del asfalto, el mismo que tomamos en cuanto pudimos.  El nuevo camino nos llevaría a Xaagá, un pueblito donde iniciaría la subida más dura del viaje, ¡comenzamos bien! el resumen de la jornada: 550 mts de desnivel a altas temperaturas, con la gran recompensa de llegar al balneario de Hierve el agua donde las aguas subterráneas forman una agradable poza al borde de una cascada petrificada, y en frente nuestro: la vista del valle central, hacia donde nos dirigiríamos al día siguiente.

Día 2 Roaguia- Río seco

La bajada de Hierve el agua fue toda una aventura, después de un par de horas de cargar la bici y pinchar como 5 veces cada uno, un poco perdidos y entre matorrales espinosos logramos descender al valle e iniciar una bella travesía montañosa pasando por San Baltazar de Guelavila para dormir en nuestro primer campamento real pues la noche anterior dormimos junto a la iglesia del pueblo)

Día 3 Río seco-Santa María se Zoquitlán

Nuestros intentos de ponernos sobre ruedas antes de que el sol caliente nunca se llevaron a cabo. El trayecto del día tres fue el más caliente, una larga cuesta que se veía interrumpida cada vez que un árbol nos podía ofrecer su sagrada sombra, salvándome del golpe de calor que sentía que me pisaba los talones. El sol en el desierto nunca descansa, quema y brilla intensamente casi todo el día.

Así nos encontramos pedaleando cuesta arriba a 40 grados centígrados, a través del mejor paisaje del viaje, un desierto que merece el calificativo de MÁGICO, nos sentíamos observados por los cientos de  “viejitos” u “órganos” (cephalocereus columna-trajani y pachycereus Pringlei).

Hicimos una parada técnica al rededor del medio día, en Santa María de Zoquitlán donde disfrutamos de un casual partido de basket con huarache y machete envainado; ahí encontramos artesanías de una calidad excepcional, los huaraches más bellos de la región, elaborados por familias locales. Después de unas quesadillas un par de helados y cervezas, repuestos del calor seguimos dirección Chivigoza, pero el día no nos regaló ni más horas ni más piernas así que improvisamos un campamento antes del pueblo, camping que por lejos fue el mejor del viaje, en el medio del desierto.

Día 4 Chivigoza- San Cristóbal de Amatlán

Iniciamos antes de Chivigoza y terminamos la jornada antes de San Cristóbal de Amatlán. Durante nuestro cuarto día de pedaleo fue cuando logramos sentir el espíritu de la sierra, pedaleamos por silenciosos chaquiñanes, y caminos de leñadores en medio de bosques.  Ya muy cerca de San Cristóbal de Amatlán, antes de llegar al pueblo decidimos parar junto a unas casas, donde nos acogió una humilde familia, quienes nos confesaron que primera vez que veían extranjeros pasar por esas tierras, gente muy amable, que vive del comercio y de la tierra, gente pobre de recursos económicos pero rica de cultura de tierra y campo, generosos por tradición nos ofrecieron los productos de su tierra: frijolitos con tortillas, y en la mañana el clásico café con pan dulce.

Día 5 San Cristóbal de Amatlán- San José del Pacífico

Nos aproximábamos al punto más alto del trayecto, San José del Pacífico, un pueblo de carretera, meca hippie del consumo de hongos alucinógenos, punto de paso de viajeros que suben de la costa a la sierra o viceversa; es un punto alto estratégico que regala paisajes siempre cubiertos de nubes bajas que cubren las sierras aledañas. A menos de 1 km de llegar a San José nos agarró la primera y única lluvia fuerte del trayecto, compartimos techo con dos jóvenes que venían de un pueblo lejano para sacar copias, un pastor y la señora de la tienda, les ofrecimos cafecito (muy amargo para ellos que lo toman con toneladas de azúcar), con el paso del tiempo y el transcurrir de la tormenta se rompió el hielo, y pronto la señora de la tienda nos ofrecía “viajar”, pero le dijimos que ya estábamos en nuestro propio viaje.

Día 6 San José del Pacífico- El Camalote

Un poco abrumados por el estilo del turismo local, al día siguiente a primera hora dejamos San José para escalar un poco más alto durante un par de horas más y al fin emprender el ansiado descenso apuntando hacia Santo Domingo. No soltamos frenos por aproximadamente 60 km, donde perdimos 2200 metros de altitud. Las montañas caracterizadas por una espesa niebla y frio se fueron convirtiendo poco a poco en vegetación selvática, muchas aves, orquídeas, colores, de regreso al calor y también a las paradas a baños obligatorios en ríos cristalinos, ¡qué cambio! Y yo sentía que olfateaba costa. Esa noche dormimos en el jardín de una amorosa familia, su curiosa hija ayudándonos a cocinar y armar campamento, y unos frescos cocos recién bajados del árbol.

Día 6 El Camalote- Mazunte

Desde el tercer día de viaje sinceramente debo decir que puse en duda mi capacidad de llegar a tiempo a la costa, con el pasar de los días pedaleábamos hasta que la luz del día nos lo permita, pero sin presiones y siempre con la opción del trasporte público de emergencia, sin olvidar que nuestro objetivo del viaje era disfrutar, a nuestra manera. A pesar de los mantenimientos técnicos diarios a nuestras bicis, los sonidos al pedalear nos indicaban que las piezas de las bicis estaban igual que nuestras piernas. Por caminos de segundo orden atravesamos un sin número de pueblitos, ríos, sembríos de Jamaica y, olía a mar  pero no se dejaba ver, y siempre que alzaba mi cabeza veía la silueta azul morada de los picos de la sierra, hasta que una curva me regaló un paisaje de línea horizontal: ¡El mar!

 El sabor de  satisfacción de haber llegado hasta la costa Pacífica duró un par de días, así como el dolor de cuerpito y el cansancio, pero nada que el agua salada y el ritmo de playa no pueda curar, el camino fue un disfrute que coronó con un par de días en una costa de mar bravo y atardeceres excepcionales. Después de dos días de playa, justo cuando ciclón Nardia tocaba tierra nosotros nos subíamos al bus de regreso hacia la gran ciudad.

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