Corominas y Baró, nueva ruta al San Lorenzo.

Cróquis de la ascensión de Corominas y Baró al San Lorenzo.
Foto: Cortesía de Jordi Corominas

Existen, todavía, regiones poco exploradas en Patagonia, en el gran sur. Lugares con cimas que presentan problemas alpinos de envergadura. Y hay hombres con ganas de resolverlos, de escoger actividades que la evolución del montañismo ha ido dejando un poco de lado. Han sido dos de los grandes representantes del compromiso en nuestro país quienes han vuelto por sus fueros, Oriol Baró y Jordi Corominas se plantaban bajo el Cerro San Lorenzo para, en poco más de una jornada, firmar una primera ascensión con carácter.

El San Lorenzo, uno de los montes más altos de Patagonia con 3.705 metros, se alza a 300 kilómetros de El Chalten, por lo que su morada, en un imneso glaciar localizado en el borde argentino de Cochrane, es poco célebre en comparación con el hogar del Cerro Torre y otros colmillos hermanos, pero presenta un abanico de oportunidades para los necesitados de aventura. Fue escalada por primera vez en 1943 por un equipo italiano liderado por el misionero y fotógrafo Alberto de Agostini y hasta la fecha solo contaba con dos itinerarios hasta la cumbre, la clásica italiana y la que asciende el espolon sureste (vía Sud Africana). Así que Baró y Corominas no podían permitir que se prolongase la falta de opciones en la montaña.

"La nueva vía transcurre por una línea de corredores de hielo en plena cara este", explica Corominas. "No es de dificultades extremas pero sí expuesta a la caída de piedras y hielo". La cordada escogió, por ello, el principio de la temporada estival, pues el sol gusta de arremeter de lleno contra la pared. "Además los vientos del oeste tiran piedras de la roca sumamente descompuesta de las crestas somitales".

El ataque duró apenas 30 horas, en las que superaron, casi siempre en hielo, los 1.500 metros hasta un afilado final por el espolón central que presentaba algunos tramos de mixto y roca (A0). "La ruta presenta grandes riesgos objetivos", asume Corominas, aficionado a la adrenalina (y a la belleza) con las botas puestas. El descenso lo realizaron por la misma ruta a través de cerca de 40 rápeles que los volvieron a depositar en la base del glaciar. La línea, con el sello inconfundible de la cordada, lleva por nombre Nord africana.

FUENTE: DESNIVEL.COM

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