Zapatillas de excursionismo

Las típicas botas de excursionismo o trekking, como las faldas en su día, se han acortado. El resultado es un calzado que combina las prestaciones de una bota con la ligereza y comodidad de las zapatillas de deporte. Estos «zapatos», inicialmente diseñados para excursiones de dificultad moderada y por terrenos poco abruptos, han obtenido una gran aceptación entre los fanáticos del peso mínimo.

Las zapatillas de marcha, de excursionismo, de trekking, de montaña o como queramos llamarlas, aparecieron hace pocos años de una manera tímida en los catálogos de los fabricantes especializados. Hoy en día la oferta de este tipo de calzado es tan enorme que podría dar la impresión de que la bota, la vieja y entrañable bota de montaña con su caña alta y su suela gorda, ya es algo obsoleto e inútil para ciertas actividades de montaña. La apreciación es cierta en algunos casos, ¡pero ojo!: dejarse arrastrar sólo por las modas imperantes en el momento de elegir nuestro calzado de montaña es siempre peligroso. Los criterios que debemos manejar en el momento de decidirnos entre bota y zapatilla son comodidad y seguridad, todo lo demás (colores, vistosidad de las costuras, diseño futurista, etcétera) es superfluo y puede perjudicar seriamente nuestra salud.


Ligereza y polivalencia

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Antes de seguir adelante, conviene dejar claro que en estas páginas no se hablará de las zapatillas pensadas para correr por el monte (que se comercializan bajo la etiqueta running, race o cualquier otra palabrota anglófila), a las que ya dedicamos un reportaje en el número 23 de Grandes Espacios, y tampoco de la nebulosa categoría llamada «zapatos de aproximación», un invento, naturalmente norteamericano, cuyo resultado es una zapatilla que vale tanto para caminar como para hacer trepadas fáciles y cuyo secreto está en la calidad de la suela más que en cualquier otro concepto constructivo. Pero volvamos a nuestra protagonista.

La zapatilla de marcha ofrece dos ventajas claras sobre sus hermanas mayores, las botas: ligereza y polivalencia. Lo primero se consigue utilizando materiales más sencillos y económicos y en menos cantidad que en las botas y sustituyendo elementos «pesados» como los herrajes por otros más ligeros de plástico o nailon; prima el serraje y la poliamida y son raros el kevlar y las pieles de calidad.El criterio empleado por los fabricantes para aplicar estas soluciones es que, en principio, la zapatilla de marcha es un calzado pensado para hacer un excursionismo ligero y para lo que se ha dado en llamar «tiempo libre» en general, es decir, actividades poco comprometidas. Pero la verdad es que no ha pasado mucho tiempo antes de que se hayan empezado a utilizar en actividades que van más allá del simple paseo por un bosque.


No es que lo que esto hacen estén rebasando el límite de la prudencia, sino que los practicantes más habituales de los deportes de montaña, con más experiencia y mejor forma física, se han percatado de las posibilidades que ofrece este calzado, y han desnaturalizado una serie de tópicos que han convertido a las botas en las reinas de la seguridad. Es erróneo pensar, por ejemplo, que una bota de caña alta por el simple hecho de serlo protege mejor los tobillos de las torceduras que una zapatilla. Esta cualidad reside más en la rigidez de esa parte del calzado que en la altura en sí, y, desengañémonos, la mayoría de las botas de peso ligero o medio que hay en el mercado son muy blandas en la caña y -las cifras cantan- son las preferidas por los consumidores porque las más rígidas dan la impresión de ser más incómodas, y suelen serlo. En realidad, que el pie se tuerza o no va a depender más de la palmilla que otra cosa; de su rigidez y su resistencia a la torsión lateral dependerá nuestra estabilidad.


Proteger los tobillos


Otra característica que influye decisivamente en la estabilidad es la anchura de la suela con respecto a la horma. Las suelas anchas crean un notable efecto de plataforma y contribuyen a la estabilidad. Las estrechas, naturalmente, reducen la superficie de contacto y, por tanto, la estabilidad. Por último es interesante recordar que algunos fabricantes comercializan un mismo modelo en caña baja y media; esta segunda opción resulta muy interesante ya que sin renunciar a la ligereza y comodidad de las zapatillas, protege los maleólos de los golpes, algo que hay que tener muy en cuenta en terrenos accidentados como pedreras y morrenas. Por lo tanto, y resumiendo, una buena zapatilla técnica y bien acabada puede proteger nuestros tobillos casi tanto como una buena bota de caña alta y más que una mala bota, pese a que tengamos otra impresión.


Por : Adolfo Díaz Casal (www.desnivel.com)

 

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